3 Los Hijos
Los hijos lo
son todo, absolutamente todo: sin hijos nuestras empresas familiares deberán
convertirse en verdaderas sociedades anónimas y podrían llegar a ser poseídas
por verdaderos accionistas anónimos con quizá qué intenciones. Los hijos
aseguran la continuidad del orden moral y social. Por supuesto que me refiero
aquí a nuestros hijos y no a los hijos de la nana, del suplementero, del
abogado o del médico. Los intelectuales de izquierda suelen ser homosexuales y
por tanto rara vez tienen hijos y cuando los tienen, llegan a tener cuando
mucho uno o dos, como los chinos. Me imagino que eso tiene que ver con la
influencia maoísta, pero a decir a verdad no lo sé porque para saberlo hubiera
tenido que acercarme a personajes como ellos y efectivamente hablarles; me dio
un asco atroz. No puedo acercarme a hombres peludos o a mujeres con melenas
largas que dicen que hombres y mujeres somos iguales ¡horrible! Claramente
falta en mí la vocación evangelizadora de un San José María Escrivá de
Balaguer, pero yo no soy más que un pobre hijo de vecino de Las Condes, o sea
humilde, pobre en sentido figurado. Mis finanzas están muy bien, gracias.
Es un
mandamiento de la iglesia y una necesidad social que la gente decente tenga
todos los hijos que le mande Dios. Los comunistas ateos no siguen este
mandamiento y por eso son minoría; de nuevo gracias a Dios.
En todo caso,
abrir las piernas para recibir al marido y parir a los hijos con dolor es la
parte fácil del proceso. Prueba de ello es que hasta las nanas pueden hacerlo.
Lo difícil viene con la crianza y sobre todo con la educación de los niños.
Los detalles
comienzan ya en el momento del parto. No se le vaya a ocurrir tener un hijo en
un hospital público o en el Hospital del Trabajador porque eso es para gente de
otra clase ¿me entiende? Si usted es decente y tiene un porcentaje alto de
sangre europea, vaya a una clínica privada. Nosotros con la “cuqui” hemos
tenido a todos los niños en la Alemana, la única queja es que el menú es un
poco desabrido. Esta clínica, sin embargo, es un excelente lugar para que la
madre reciba visitas: las habitaciones son amplias, están sobriamente
decoradas, y el edificio está medianamente cerca de donde habitan la parentela
y las amistades.
Antes de que
el niño sea presentado en sociedad, debe revisarse su popín para ver si tiene
una mancha morada. Esta mancha se conoce como mancha mongola y es propia de las
etnias orientales y de los “pueblos originarios” de Chile – con “pueblos
originarios” me refiero a los indios. Se usa decirles así ahora por modas
izquierdistas. Si la mancha se presenta, lo primero que debemos hacer es
descartar mediante el test de ADN el hecho de que nos hayan cambiado a la
guagua en la clínica. Si lamentablemente este no es el caso, el infante debe
ser presentado con ropa que cubra tal
testimonio de mestizaje. A veces minúsculas trazas de sangre indígena se
mezclan con las mejores familias en un proceso misterioso e indilucidable.
Luego debe
usted elegir el nombre. Me refiero al nombre de los hijos que no sean el
primogénito varón que invariablemente llevará el nombre del padre o del abuelo.
Yo soy Evaristo Erreconerrechea IV a mucha honra y abolengo. Para el resto de
los hijos no debemos ser demasiado creativos ya que la creatividad debe
ahorrarse para crear nuevos negocios y no para innovar en el lenguaje como si
uno fuera un poeta comunista.
Son nombres
aceptables para varón: Agustín, Arturo, Augusto, Pedro Pablo, Patricio (mi
cuarto hijo se llama así), Fernando y otros similares. El nombre debe pensarse
para estar en perfecta resonancia con el apellido y recuerde que usted están
nombrando a un adulto que va a ser siempre el presidente de una junta de
accionistas, por ende, el nombre debe estar en correcta consonancia con la
partícula “don”. “Don Joaquín” o “don Rodolfo” suenan excelentes. ‘Ramón’ dejó
de usarse producto del divertido, pero proletario personaje de un programa de
televisión. Si es uno de los nombres dinásticos de su familia, piense en
relegarlo a segundo nombre: “don Juan Ramón”, por ejemplo suena muy bien.
Absténgase de nombres en lengua extranjera, aún si estos nombres se encuentran
en su árbol familiar. Sí el abuelo se llama por ejemplo, Kenneth White y usted
es Kenneth White II está muy bien, pero su hijo será chileno y deberá
destacarse dentro de la sociedad chilena. Un nombre extranjero no acompañado
del correspondiente acento puede tenerse por excesiva presunción y por ende
suena a fraude. Si a esto le agregamos a que debido al mestizaje nunca se sabe
en dónde puede brotar una fisonomía morena y de baja estatura, su hijo puede
parecer adoptado. ‘White’, por otro lado es un excelente apellido. Use para
tales apellidos algún nombre español como Agustín (el caso de don Agustín
Edwards es un excelente ejemplo de buen gusto).
Para nombres
de mujeres la cosa no es más simple: si bien una dama decente no tendría por
qué ponerse a trabajar porque para eso tiene marido, sí es muy probable que
nuestras hijas encabecen iniciativas caritativas en alguna parroquia de Las
Condes o Lo Barnechea o que incluso desciendan a la barriadas pobres en sus
piadosos afanes. Aun si esto no ocurre, ser la esposa de un hombre importante
reviste obligaciones importantes tales como la preparación de banquetes para
agasajar a los colegas/clientes/amigos del marido. No podemos esperar que una
mujer haga todo esto sola. Para ello contratamos personal especializado
permanente y temporal y este personal debe ponerse a disposición de una mujer
que inspire respeto. Esto parte por el nombre.
En la década
de los setenta, nombres modernos tales como Claudia, Carolina y Macarena
irrumpieron en el imaginario de los nombres de la fronda aristocrática chilena.
Dado que estos nombres también fueron adoptados por las clases media y baja
chilenas, debimos retornar a los nombres dinásticos. Es por ello que nombres
tales como Matilde, Mercedes, Leonor, Josefa, Josefina o nombres bíblicos como
Marta, Judit y Sara volvieron en gloria y majestad (evite usar Rebeca porque es
demasiado judío). Los padres, en especial los padres cuarentones que van por su
quinto hijo y tienen a su primera niña (me refiero a los hombres), suelen a
veces cometer tonterías tales como llamar “Martita” en vez de ‘Marta’ a sus
hijas o incluso llegan a usar nombres tales como ‘Bella’ o ‘Linda’.
Los
diminutivos están bien para ser usados en confianza, de hecho tengo amigas de
años cuyos nombres de pila he olvidado ya que jamás los usamos entre nosotros,
sin embargo, una dama debe tener un nombre que ejerza autoridad cuando se
requiera. Piense que ella se entenderá en casa con jardineros, mozos de cuadra,
nanas de los niños, camareras, maquilladoras y peinadoras que deben tratarla
con respeto.
Con nombres
como ‘Bella’ o ‘Linda’ se corre el riesgo de que las niñas no sean ni bellas ni
lindas aún con la ayuda de los mejores cirujanos plásticos. Además, a toda
mujer le llega una edad en la que la belleza decae para transformarse en el
porte regio de una señora. Normalmente esto debe ocurrir alrededor de los
treinta años porque a nadie le gusta una vieja alolada.
Una vez
elegido el nombre viene la segunda preocupación más importante de la bienvenida
al mundo: el bautismo o bautizo como lo llaman los rotos. El bautismo es el
sacramento mediante el cual los niños reciben el Espíritu Santo y evitan irse
al limbo con los paganos en caso de muerte, como bien enseñaba la Iglesia
preconciliar. Es importante la capilla. Puede elegirse de entre las magníficas
construcciones del centro para este efecto; además así meditaremos en como el
centro era de Nosotros antes de que construyeran el metro y se llenara de rotos
y podremos inspirarnos para tomar medidas para que eso no vuelva a pasar con
nuestro sector oriente de la capital. El sacerdote debe ser uno taquillero,
como dice el lolerío, ojalá uno que tenga que ver con alguna pastoral juvenil,
pero no con el Hogar de Cristo, que pese a su maravilloso trabajo con los
rotos, bordea el comunismo. Lo ideal es
que este sacerdote taquillero oficie en conjunto con el sacerdote de nuestra
parroquia, si es que no son el mismo cura. La fiesta debe ser una simple
recepción en la casa con la familia y los amigos más cercanos. Hacer grandes
fiestas con ocasión del sacramento del bautismo es una rotería. Para el
bautismo la casa familiar debe ser suficiente porque es una fiesta íntima y
porque cualquier casa de familia decente recibe cómodamente a cien personas en
el living o en el jardín si es que es en verano. Lo anterior, sin embargo, son
solo detalles. La verdadera cuestión importante del bautismo es la elección de
los padrinos. Los padrinos deben ser personas de moral intachable, prestigio
social y economía confiable. El padrino de nuestro hijo será el futuro socio en
nuestras inversiones, el futuro jefe de nuestro vástago si es hombre, su futuro
suegro si las cosas salen bien y el garante de la estabilidad de nuestra
familia. El bautismo de nuestros niños creará el sagrado vínculo del
compadrazgo, que será la clave para saltarnos odiosos procedimientos regulares
e innecesarias esperas por información bursátil. Este vínculo es también una
razón más para tener todos los hijos que nos mande Dios y a su vez para
apadrinar a cuantos niños de familia de bien lo requieran.
La elección de
la nana debiera ser simple: la nana que nos cuidó a nosotros o bien su hija.
Lamentablemente, con esto del ascenso social, las familias de sirvientes han
medrado a la clase media y hay que confiarse a rotos desconocidos. Gracias al
Espíritu Santo, la tecnología permite poner cámaras en la casa para evitar
abusos por parte de las candogas[1]
que uno está obligado a meter en su casa. Con todo, la buena voluntad no es
suficiente. Un fenómeno reciente es la inmigración peruana que algunas personas
ven con malos ojos, pero que en rigor es buena. La política económica
implementada por el régimen autoritario hizo que disminuyeran los rotos y se
transformaran en mediopelaje, pero los rotos eran necesarios. Importar rotos de
otro país se hizo urgente. Ellos ahora realizan trabajos que los chilenos de
clase media (¡qué eufemismo más lindo para referirse a los siúticos!) no
quieren hacer porque se subieron por el chorro. Los rotos peruanos además
hablan un excelente castellano, cosa que no podemos decir de nuestros rotos
criollos. Una nana peruana parece ser una excelente elección, sin embargo hay
ciertas cosas a considerar tales como si queremos que nuestros hijos tengan
acento peruano en vez de nuestra melodiosa papa en la boca, como la llama el
mediopelaje. He observado a numerosos niños de bien hablar con ese acento y aún
no logro decidir si eso sea bueno o no. Si bien el acento es agradable, no
queremos que nuestros hijos hablen como personas de un país de personas
inferiores (sin ánimo de ofender) ni que lleguen a ser confundidos con
ciudadanos de ese país. Ahora bien, si toda nuestra clase llegara a hablar de
esa forma y el acento peruano se transformara en una marca de status estaría
bien, pero no podemos asegurar que ello ocurra. Una solución que hemos tomado
en la casa con la “cuqui” ha sido traernos a una nana española. De esa forma
nuestros hijos tendrán el acento de la madre patria. El problema que se
ocasionó fue que a una mujer europea no puede uno tratarla como se trata a una
india o a una mestiza, por lo que tuvimos que contratar de todas maneras a una
nana peruana para que atienda a la nana española. Estos problemas no tendrían
solución de no ser porque la “cuqui”, mi cónyuge, se preocupa de pasar tiempo
de calidad con nuestros siete hijos para inculcarles nuestros valores. Porque
los valores los entrega la mamá en un hogar bien constituido. El padre trabaja
y provee porque así lo ha mandado Dios. Es por la pérdida de esta estructura
básica que hay tanto drogadicto y gente enferma de homosexualidad como antes no
se veía. Antes de que me acusen de homofóbico, quiero decir que no tengo nada
en contra de esa pobre gente enferma y que mi empresa ha hecho generosos
donativos a una institución que entrega terapias reparadoras para ese terrible
flagelo de la salud pública.
La elección
del colegio es sencilla: irán al mismo colegio al que fue uno o la mamá si es
que es niñita. Si bien la formación valórica se da primordialmente en la casa,
un colegio católico resulta de una innegable ayuda ya que allí los niños podrán
socializar con pares que profesen los mismos valores familiares que nosotros.
Además, pese a todas las calumnias de los comunistas ateos en contra de los
religiosos, los sacerdotes continúan siendo excelentes educadores. Todo lo que
sé de sexualidad y que mencioné más arriba lo aprendí del padre Raúl de mi
colegio de los Padres Escoceses. El padre Raúl hacía retiros exclusivos para
varones. Allí disfrutamos de la alegre camaradería masculina bajo la amorosa
mirada y las caricias del padrecito. Gracias a Dios que falleció antes de toda
esta ola de falsas acusaciones porque nadie hubiera entendido su fervorosa
dedicación ni su iluminada comprensión. El sacerdote murió bastante joven a
fines de la década de los ochenta aquejado de una extraña enfermedad que
debilitaba su sistema inmune. Nadie nunca supo decirnos de qué enfermedad se
trataba.
Durante el
colegio ellos vivirán la mejor etapa de sus vidas, pero también la más
peligrosa porque la adolescencia suele extraviarlos. Es por ello que debemos
crear un ambiente seguro en el que los niños no vean obreros ni nanas caminando
por nuestras calles (por eso contratamos aquel servicio de transporte) ni se
enteren demasiado pronto de que hay pobreza para que no se vuelvan
izquierdistas y puedan más tarde canalizar su compasión a través de las
instituciones católicas adecuadas.
Para los
varones es ideal que practiquen deportes fuertes como el rugby. Las artes
marciales están fuera de discusión por cumas. En el rugby los niños aprenderán
a actuar con dureza y es una buena metáfora de la política y la economía nacionales.
Eso los preparará también para ejercer de manera poderosa el bullying entre sus compañeros y
entender que la violencia es solo una forma más de resolución de conflictos.
Queremos un mundo desigual, pero no diverso. Los niños afeminados, demasiado
mateos o llorones deben aprender a ubicarse y para ello no hay nada mejor que bullying. En esta era de perdición se ha
perdido la noción de que la violencia entre pares es una fuerza poderosa de
homogenización social: de esa forma los niños aprenden temprano las
consecuencias de no opinar como la mayoría, ser diferentes o venir con ideas
nuevas. Las cosas estaban mejor antes que ahora y es por eso que progreso
significa volver atrás. El bullying
es una poderosa manera de producir gente convencional y la gente convencional
es la mejor gente. Reírse de la gente gorda, por ejemplo, es la mejor manera de
evitar la obesidad. Si se los golpea es mejor. En este sentido las niñas
muestran un refinamiento mayor que el de los niños. Mientras los segundos
terminan sus querellas con la fuerza de sus puños, las primeras son capaces de
acomplejar a una compañera hasta el punto de causarle anorexia. Las niñas son
expertas en manipulación, maledicencia, en inventar rumores acerca de la vida
sexual de las compañeras y en intrigas varias. Todas estas son habilidades que
les servirán para transitar en el complejo mundo de los adultos.
En el caso de
los niños varones, es conveniente inculcar a eso de los quince años un sano
terror a la pobreza – una mentirilla blanca, por cierto, les dejaremos una
cuantiosa herencia de todas maneras. Mi padre, por ejemplo, comenzó a darme
cuantiosas sumas de dinero a esa edad. Antes de ello yo vivía tan austeramente
como el resto de los niños de mi edad, con una mesada equivalente al sueldo de un
profesor de universidad pública. Coincidió su cambio con el momento en que yo
le dije que tenía ganas de estudiar Sociología. Recuerdo que en aquellos días
podía salir e invitar a todos mis compañeros a los lugares más caros de la
ciudad y que carreteaba, como decíamos entonces, viernes y sábado sin límites,
violando incluso los principios de austeridad y castidad cristiana– demás está
decir que todos estos pecados veniales los confesé en su oportunidad al padre
Raúl. Los domingos, cuando me levantaba a eso de medio día y agotado, mi padre
simplemente decía: “Puedo darte esa
vidita bohemia que te gusta porque soy dueño de mi empresa. Si no, tendríamos
que vivir con el sueldito de un profesorcillo cualquiera.”
Por esas
palabras fue que dejé mis sueños locos de ser sociólogo y me volví ingeniero
civil industrial con mención en administración de empresas. No puedo estar más
agradecido de mi padre. Es cierto que a veces siento algo así como una
angustia, pero nada que una buena conversación con el padre Luis Eugenio, una
dosis de Ravotril® y una buena botella de whisky no alivie.
En el caso de
las niñas las cosas son diferentes. La educación de una mujer tiene por objeto
transformarla en una conversadora con encanto, en una madre que pueda ayudar a
sus hijos con las tareas y en general una mujer medianamente culta, aunque no
una intelectual, porque a nadie le gusta una mujer sabihonda que sepa más que
su marido. Por ello las niñas podrán estudiar la carrera que se les antoje, con
la excepción de teatro, que claramente es carrera para otra clase de gente.
Carreras como Enfermería les vienen muy bien y son excelentes para que las
niñas encuentren maridos. Medicina en cambio puede espantar a futuros
prospectos, a no ser en especialidades como Pediatría. Es cierto que los
tradicionales vestidos blancos de las enfermeras han sido cambiados por esos
amorfos pijamas de hospital, pero la enfermera continúa teniendo su encanto.
Parvularia es otra excelente elección para las niñas, así como las Pedagogías
en general. Las educadoras de párvulos continúan usando esos uniformes verdes
que les dan un encantador aspecto maternal, en todo caso, cualquier Pedagogía
estará bien porque es una extensión de su rol como madres. La carrera no es
bien remunerada, pero claramente el trabajo de las niñas no es más que una
espera por el matrimonio y en casos ideales no tienen siquiera que trabajar.
Hay que evitar eso sí la carrera de Filosofía, porque en ella las niñas pueden
tener contacto con ideas de izquierda y filosofías que se acercan más a la
locura que a la razón. Si bien la carrera no es importante, sí lo es la
elección del plantel educacional. Hasta hace veinte años, hubiera recomendado a
ojos cerrados la Pontificia Universidad Católica, sin embargo, con los años esa
universidad se ha ido volviendo igualitaria, diversa y casi se parece a la
odiosa Universidad de Chile ¡llena de rotos y siúticos! Gracias a la
Providencia que existen ahora excelentes universidades privadas que son como la
extensión del colegio: allí los apoderados podemos hablar con decanos y
rectores, inquirir acerca de la conducta de nuestras hijas y en general
mantener un férreo control académico y moral.
Esto último es
muy importante en el caso de las niñas por las razones que mis preclaros
lectores adivinaron: la fertilidad. Es cierto que nuestras hijas no tienen
deseos sexuales porque son todas mujeres decentes, pero el ingenio del macho de
la especie, aguzado por las ansias propias del género masculino, es capaz de
convencer incluso a las niñas de bien de que no tiene nada de malo la
fornicación y puede hacerlas caer en el pecado. A diferencia del caso de los
hombres, en las mujeres ese pecado da fruto. Por la experiencia ajena de gente
de bien a la que no puedo referirme públicamente por razones de amistad y solidaridad
de clase, sé que aún en las mejores familias estos accidentes pueden ocurrir.
No es culpa de los padres, sino de esta depravada sociedad cuasi marxista en
que vivimos. No podemos recomendarle a nuestras hijas el uso de anticonceptivos
ni de preservativos porque somos personas católicas de bien y porque ese tipo
de cosas son una invitación a la fornicación y al pecado, como bien enseñó el
papa Paulo VI y lo confirmó Benedicto XVI. Los preservativos están bien para
África en donde los van a usar solo manadas de gente de color no civilizada e
inculta, pero nosotros tenemos la obligación de ser mejores que eso y para ello
nuestras niñas deben guardar la castidad debida.
Pese a todas
estas precauciones, es posible que nuestras muchachas caigan bajo el ingenio de
los seductores y nos encontremos ante la desagradable sorpresa del embarazo.
Los cursos de acción en este caso son claros y dependen del padre del fruto del
pecado. Si es un miembro de nuestra clase, no habrá problema alguno: seguro
como un caballero se aproximará a nosotros y nos pedirá perdón al mismo tiempo
que la mano de nuestra mancillada hija, quien lavará sus faltas por medio de un
matrimonio católico. Los únicos inconvenientes aquí serán la velocidad de la
planificación de la boda e intentar hacer creer que un niño de cuatro kilos y
medio es sietemesino. Habrá ciertas habladurías, pero todo se olvidará
rápidamente. Después de todo así se han hecho las cosas siempre.
Los problemas
se presentan con padres de otras clases sociales. Si el padre de la criatura es
un mediopelo talentoso, de esos que tienen historias de superación como un
Piñera, un Frei Montalva o un Golborne, no todo está perdido. La incorporación
de sangre foránea puede fortalecer la genética de la familia. Muchos años de
matrimonios dentro del mismo círculo social termina por hacer que todos seamos
primos y eso no es bueno para la sangre porque se debilita. Estos personajes
además estarán encantados con emparentarse con nosotros y de esa forma
satisfacer su arribismo desenfrenado. La situación es bastante menos que
perfecta, existe la cuasi certeza de incorporar sangre indígena a nuestra
blanca sangre godo-vasco-germánica, pero al mismo tiempo estos personajes
suelen traer con ellos también sangre más fresca que la nuestra de Europa. Lo
ideal en estos casos es que el mediopelo sea blanco, pero claro, estando en
presencia de un accidente no podemos controlarlo todo. En todo caso, en una
generación o menos este tipo de transgresiones se olvidan y no le importan a
nadie. Eso sí, es importante que todo se haga en una boda católica: no queremos
en nuestras familias judíos celebrando
yomkipur o como se llame, masones descreídos, ni mucho menos árabes que recen
parando el culo. Si es necesario, podemos incluso llegar a cambiar el nombre de
nuestros futuros yernos.
Si es un tipo
derechamente roto, a ése lo metemos preso por violación y si eso no es posible
lo matamos con nuestras propias manos y lo hacemos desaparecer… perdón, me dejé
llevar por las tradiciones. Ahora que hay democracia no podemos hacer eso. Pero
en este caso llevamos a la niña a Europa y la hacemos abortar en algún país
nórdico decadente en los que a nadie le importa nada. Después de ello, nunca
más hablamos del tema y mediante el olvido desaparecerá de nuestro pasado.
Si hemos
seguido las reglas anteriormente detalladas, nuestras hijas estarán casadas con
buenos partidos y nuestros hijos estarán trabajando en nuestras empresas o en
las empresas de los tíos. De esta forma, los sólidos vínculos de nuestro grupo
social habrán pasado fortalecidos a una nueva generación y será cada vez más
difícil para los siúticos colarse en nuestros círculos de pureza, tradición y
perfección. Así habremos cumplido con nuestra misión de heredar a las
generaciones futuras una sociedad exactamente igual a aquel modelo de orden y
patria que era el mundo de nuestros abuelos.
[1] La palabra ‘candoga’ tiene una doble raíz latina e inglesa; del
latín ‘canis’ procede su raíz que significa perro o perra y su desinencia
‘doga’ proviene del inglés ‘dog’ que tiene el mismo significado. Creemos que el
lector es lo suficientemente ubicado para entender lo que se sigue de aquí
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