5 La Patria
Grandes males
se evitaría nuestra sociedad si tuviera algún concepto de patria, como en los
viejos tiempos, cuando los niños cantaban el himno nacional todos los lunes e
izaban la bandera. Tiempos aquellos cuando nuestro himno además honraba a
“nuestros nobles valiente soldados.” En todo caso, desde la derrota del ‘Sí’ en
aquel funesto plebiscito – en el que
además dimos un inmerecido ejemplo de civilidad no matando a los rotos
sublevados de nuevo – pareciera que nos hubiéramos olvidado de que todos, rotos
y gente, somos chilenos y formamos parte de una nación y una comunidad, no de
una manera comunista, pero de una comunidad al fin.
La palabra
patria viene del latín en donde la palabra era la misma – ¿no es maravilloso
cuando las cosas no cambian? – y significa la tierra de los padres. O sea la
patria es la tierra de los padres, que antes era de los abuelos y antes de los
bisabuelos y antes no era de nadie, porque la indiada nunca – y que quede
claro, nunca – tuvo títulos legítimos de propiedad otorgados por alguna
autoridad cristiana.
Si la patria
era la tierra de nuestros padres, es legítimo entonces que nosotros seamos sus
legítimos herederos. Yo sé que parece redundante que repita la palabra
‘legítimo’, pero resulta que el objeto de este Breviario es dejarle las cosas
claras a gente que no es tan preclara como usted, que percibió mi aparente
redundancia. Disculpe, pero este libro también es para rotos que apenas sí
saben leer, aunque yo sé que usted se deleita en la armonía de los principios
aquí expuestos. Con todo, le suplico que perdone mis redundancias y énfasis y
aprecie que escribí un libro que usted puede pasarle a sus empleados y
sirvientes.
Es garante de
la institucionalidad el hecho de que la patria esté en manos privadas para
hacerla productiva, eficiente y bullente de energía. No sacamos nada si ese
campo de flores bordado que nos dio por baluarte el Señor continúa siendo
propiedad pública improductiva – ¡qué contradicción más grande! ¡propiedad
pública! Una cosa o es propiedad o es pública y más vale que los abogados
empiecen a ubicarse. Si realmente queremos el desarrollo de esa patria, de esa
tierra de los padres, tenemos que ponerla en manos de responsables padres de
familia, es decir en manos de gente como nosotros, que ya tenemos experiencia
en la tenencia de personas y tierras.
Obviamente,
esta norma de elemental lógica no se cumple en nuestros decadentes días de
democracia: uno de los principales desórdenes es que existen tierras del Estado
que están “protegidas” de la explotación en beneficio de especies que no son
humanas. Así, por ejemplo, el Parque Nacional Puyehue es una reserva protegida
en beneficio de los pumas. Esto hace que una enorme cantidad de hectáreas de
bosque nativo permanezcan fuera del alcance de nuestra maquinaria productiva.
Existe la extraña idea de que un bosque natural es mejor que uno producido por
el hombre. Esto es simplemente ridículo: en un bosque artificial, los árboles
están separados por distancias equidistantes, lo que los hace crecer más rectos
y no existen otras especies de arbustos que dificulten el paso de la maquinaria
o de los trabajadores. Todas esas hectáreas de ese parque nacional fueron
protegidas para favorecer a un gato gigante que si pudiera nos comería a
nosotros ¿dónde se ha visto?
Otro vicio de
la propiedad privada es que los recursos del subsuelo y del mar pertenezcan al
Estado ¿qué clase de socialismo es ese? Gracias a Pinochet y al trabajo de
nuestros parlamentarios, hicimos una ley de concesiones que se adapta a las
necesidades de nuestra clase – que entre paréntesis es la única verdadera clase
porque los rotos no tienen clase. Con todo, este orden de cosas no es
suficiente. Podemos ver, por ejemplo, que el yerno del General Pinochet no pudo
acceder a la explotación del litio producto del clamor de las masas. Eso pasa
porque las masas creen que el litio es de todos y consignas tales como “el
litio es nuestro” han aparecido incluso como hashtags del Twitter. La Internet ya no es lo que era cuando las niñitas podían chatear
tranquilamente con sus amiguitas y conocer a chiquillos de buena familia ¡ahora
cualquier roto tiene un PC y el Twitter es la peor rotería del mundo!
Esto se
solucionaría si abandonamos de una buena vez todo socialismo y aceptamos que la
propiedad privada de los medios de producción es una ley tan natural como que
el matrimonio sea entre un hombre y una mujer.
Por último, la
tercera desviación de una patria verdadera son los bienes de uso público urbano
¿por qué la calle tiene que ser de todos? ¿No debiera esto limitarse a los
barrios en donde vive la rotancia incapaz de pagar por sus propias calles? Me
refiero a lugares como La Pintana, La Victoria, Providencia o Ñuñoa. Hace unos
días vi que un carabinero le pidió su carné a un muchachón moreno de dudoso
origen y tendencia sexual (tenía el pelo largo). Cuando el joven le entregó el
carné al policía, se quejó diciendo “la calle es pública”. Debo lamentar que el
roto tenía razón y que pese a que el carabinero le dio las debidas
admoniciones, no pudo arrestarlo por andar fuera de su barriada de origen.
La propiedad
pública de las calles ha hecho que, en la práctica, el carné de identidad se
haya transformado en un pase libre para que los rotos se metan a nuestros
barrios y tengamos que verlos. Así hay un montón de plebe que transita sin
uniforme y uno no puede saber si son parte del servicio de alguien o no. La
autoridad considera que antes de subirse a un auto, las personas deben portar
una licencia de conducir. Esto es lo más natural del mundo. Sin embargo, si
pidiéramos un examen y una licencia para transitar en nuestros barrios, la
gente nos trataría de racistas, discriminadores y quién sabe qué.
Las preguntas
para ese examen imposible que permita a la gente transitar por nuestros barrios
serían:
¿Dónde vive?
¿Se ubica
usted?
¿Es usted
chileno o shileno?
Se me podrá
decir que con solo la primera pregunta bastaría, pero he conocido a hijos
díscolos de familias decentes que se van a vivir a otros barrios por mero
impulso bohemio. Pero esto es hipotético e impracticable porque la calle es un
bien de uso público y todos tienen derecho al libre tránsito, como si fuéramos
todos iguales. Somos iguales ante Dios porque nos mira de arriba, obvio, pero
esa sería toda la igualdad posible.
Sin necesidad
de mayores reformas constitucionales, todo sería más fácil y expedito si
privatizáramos del Apumanque para arriba y cerráramos las calles. ¡Las cosas
estaban tan bien cuando el metro llegaba hasta la Escuela Militar! Era además
un símbolo perfecto del rol del ejército que consiste en combatir a los
enemigos tanto externos como internos de la patria. El tren, símbolo del
progreso y de los rotos en su lugar, llegaba justo donde comenzaba el Santiago
decente y en adelante solo podían seguir las personas que podían movilizarse
por sus propios medios – aunque tener un auto ya no garantiza nada. Es por eso
que propongo privatizar nuestra parte de la ciudad. No pido ningún favor,
nosotros podríamos pagar el costo de lo que ello significa ¡imagínense buses
verdes transportando a los vecinos sin contaminar, mientras que buses de otro color
transportarían por separado a la servidumbre! Los vecinos-propietarios
podríamos vivir en paz, sin el constante temor de ver a algún resentido por la
calle que mire a nuestras niñas como solo las niñas de color deben ser miradas.
Imagínense las calles limpias, convertidas casi en peatonales porque no
necesitaríamos aislarnos del medioambiente en nuestros autos y la locomoción
colectiva de calidad sería privada de nosotros, por tanto ya no sería
transporte público. No habría roterías tales como la tarjeta Bip, porque la
locomoción se pagaría todos los meses como una cuenta más. Solo una tarjeta
para traspasar el muro del Apumanque para la gente que lo necesite (bien poca
en realidad: médicos, abogados y algún gerente cuya oficina central todavía
esté en el centro histórico de la ciudad; no se me ocurren más ejemplos) y
pases de circulación para una servidumbre debidamente uniformada.
En nuestra
sección de la ciudad reinaría el orden y con ello el resto del país se daría
cuenta de que nuestra forma de pensar, nuestros valores, nuestro estilo de vida
son en realidad la única forma correcta de vivir. Nuestros condominios cada vez
más retirados ya son un ejemplo de esto: tenemos incluso nuestra propia policía
privada, dejando libres a los carabineros para aportar al debate nacional
golpeando a la gente que piensa distinto a nosotros (¿estarán enfermos?);
nuestras áreas verdes son privadas, cuidadas por nuestros jardineros y no
tienen nada que envidiarle a los espacios públicos. Entre los antejardines de
mi casa y los de cuatro vecinos hacemos la Quinta Normal en tamaño (si no lo
sabe, la Quinta Normal es un parque que hay en el sector poniente de la capital
a donde usted no ha ido nunca y, si Dios es misericordioso, nunca tendrá que
ir) y nuestros jardines están mucho mejor cuidados; en nuestras fuentes
decorativas no se bañan más que los pajarillos porque para refrescarnos ya
tenemos nuestras propias piscinas y la “cuqui” (amorosa ella) construyó una
piscina especial para la servidumbre en un lugar de la casa que no conozco y
que nadie más tiene por qué ver. Nuestro mundo es un mundo privado que se
adapta a nuestras necesidades y genera trabajo para la rotancia. Por si fuera
poco, ellos llegan a sentirse casi de la familia recibiendo nuestra ropa usada
– y la usamos poco: la “cuqui” usa un vestido máximo dos veces y las niñas se
compran ropa todas las semanas. Los niños se estaban comprando ropa dos veces
al año, pero ahora, a instancias mías, lo hacen cuatro veces para dejarle la
ropa usada a la servidumbre.
Quiero contar
una anécdota tierna: mi niño menor me preguntó que por qué en vez de comprarse
más ropa que no necesitaba para dejarles la ropa usada a los empleados, no les
comprábamos ropa nueva directamente a la rotancia. Yo lo felicité por su buen
corazón y su sentido práctico, pero inmediatamente después le hice saber
algunos hechos básicos de la vida: los pobres no pueden usar ropa nueva, no por
un tema de plata, sino por un tema social ¡no queremos rotos subidos por el
chorro tratándonos de tú a tú! El niñito lloró un poco cuando le dije esto.
Creo que fui severo, pero cariñoso ¿quién sabe si el día de mañana mi hijo no
es otro Padre Hurtado? Sin la parte colorada, claro. En todo caso hablaré con
la Dirección de su colegio para cerciorarme de que sus inquietudes sociales
están motivadas por los valores cristianos y no por algún profesorcillo medio
marxistoide.
Queda claro
que patria y propiedad son casi sinónimos y que las familias decentes son las
llamadas a ser propietarias de la patria. Así ha sido siempre desde que
nuestros ancestros los conquistadores y la posterior inmigración de la
aristocracia vasca fundaron este país. Cada vez que alguien ha tratado de
trastornar este orden natural y divino de las cosas ha quedado la grande,
asumámoslo.
Esto no significa
que no estemos dispuestos a hacer concesiones, como ya lo he mostrado en la
descripción del orden social de mi casa y mi vecindario. Nosotros no queremos
ser dueños de todo por una mera cuestión de codicia o ambición. Nosotros, la
clase dominante y en rigor la única gente con clase, estamos obedeciendo el
llamado a ser líderes de este país, a ser garantes del orden, de la seguridad y
de la prosperidad de todos. Cuando digo prosperidad de todos, no estoy
proponiendo un reparto igualitario de la riqueza – Dios me libre – sino que
establezco la verdad que los chilenos parecen haber olvidado: cuando el patrón
está bien, todos estamos bien.
Al parecer aún
no nos sacamos la contaminación ideológica de los sesenta y setenta y todavía
existe ese error generalizado de creer que todos somos iguales. Ése no es el
camino al desarrollo, sino que es el camino a la anarquía total y la debacle
absoluta. Es por ello que es necesaria una vuelta a los valores tradicionales.
Las diferencias entre los hombres, entre los hombres y las mujeres, entre los
blancos y la indiada no estaban ahí por mero capricho, sino que son parte de un
orden superior impuesto por el mismo Dios en persona. Alejarse del orden
establecido es alejarse de Dios y por ende una blasfemia. Cuando la gente
estaba más consciente de la presencia de Dios, la gente se conformaba con que
todos éramos iguales ante Él. Así, por ejemplo, en las raras ocasiones en que
alguien de la clase patronal llegaba a cometer una injusticia producto de que
errar es humano, el roto podía encomendarle la venganza a Dios y de esa forma
sacarse de encima ese resentimiento que hoy no encuentra ninguna válvula de
escape. Con su limitada capacidad para entender el mundo, la clase trabajadora
suele interpretar las cosas de manera errónea y así entiende los castigos como
arbitrarios, las pagas como injustas, la labor pacificadora de Carabineros de
Chile como represión e injusticia, etcétera.
Solo
deshaciéndonos de ese detestable mito de la igualdad y devolviendo la patria a
sus legítimos propietarios – esto es los padres de familias, pero no de
cualquier familia, sino de las familias más decentes y poderosas de Chile –
podremos continuar nuestra ruta señera hacia el desarrollo y completar la obra
restauradora e incomprendida del General Augusto Pinochet Ugarte, quien no hizo
más que sacrificarse en aras del interés de la patria, es decir, en aras de
nuestro interés: Chile somos nosotros, los que le hemos dado forma a este país
y no la rotancia.