6 El Orden Público
El Orden
Público, o simplemente el orden, es una cosa fundamental, es el fundamento de
los fundamentos de una sociedad decente, segura y productiva. Sin orden no
puede hacerse nada de nada en absoluto, por tanto, una de las primeras cosas en
la que debe trabajar cualquier gobierno es en mantener el orden. De hecho,
podría decirse que la única función del Estado es mantener el orden.
¿Qué significa
mantener el orden? Significa mantener intactas las jerarquías y las diferencias
que definen lo que una sociedad es. Estas jerarquías son sumamente frágiles y
están siempre en peligro de tergiversarse. En una sociedad ordenada, cada quien
tiene una función asignada y de esta forma refleja el plan de Dios que es ante
todo orden. Se habla de un orden natural, es decir de un orden dado por la
naturaleza que no es otra cosa que la expresión de la Voluntad de Dios en la
tierra. El Bien es sinónimo de orden y el caos es la expresión del Mal, para
hablar en términos metafísicos que no estén en contra de la doctrina de la
Iglesia.
Las sociedades
desarrolladas lograron crear un orden en el cual la represión no era necesaria,
dado que todos los actores sociales sabían cuál era su lugar en el orden
divino. Este orden de los países de la Europa Occidental se vio truncado en los
setenta por grupos marginales y revolucionarios como la Brigadas Rojas o el
Rote Armee Fraktion alemán y es por ello que Europa ya no es lo que era, aunque
nunca llega al nivel de caos de acá. Alguna vez pensamos en vender Chile y
comprarnos algo más chico en Europa, pero la cantidad de trámites burocráticos
hicieron todo imposible.
En el caso
chileno, el orden divino no ha podido darse porque los gobiernos, cualquiera
sea su signo, han fallado en reconocer una verdad fundamental: en nuestro país
sobra gente.
Todos los
gobiernos, incluso el del General Pinochet, han fallado en reconocer que en
Chile hay gente que sobra. Uno de los problemas del General Pinochet fue
enmascarar este hecho con la creación de planes de empleo mínimo para los
pobres y, más tarde, los gobiernos de la Concertación y de Piñera jugaron con
los gráficos para hacernos creer que en Chile nos acercábamos al pleno empleo.
Es hora de
reconocer que esto no es posible. Se ha propuesto el uso de anticonceptivos o
de la píldora del día después para terminar con el flagelo de la gente
sobrante, pero esto va en clara contravención de los principios de la Santa
Madre Iglesia Católica. Todos los niños no natos son inocentes, a excepción
claro del pecado original de la humanidad, pero no vamos a extendernos aquí en
cuestiones de catequesis que son o deberían de ser por todos archiconocidas –
consulte a su párroco para más información.
Dado que no es
posible eliminar inocentes por razones de justicia, se desprende claramente que
lo que debemos hacer es eliminar culpables. Esto nos lleva a definir quiénes
son los culpables.
Los primeros
culpables son los delincuentes, es obvio. Eliminar a los delincuentes debiera
ser entonces la primera prioridad. Sin embargo, de un tiempo a esta parte este
sencillo proceso se ha vuelto imposible porque algunas personas han esparcido
la curiosa doctrina de que incluso estos delincuentes tienen derechos y por
ello se ha eliminado la pena de muerte, que, aunque desagradable, era una
excelente herramienta de limpieza social y de escarmiento para futuros
transgresores. Desde entonces han quedado atrás nuestros sueños de volver a
soltar tropas militares en los barrios marginales y tenemos que conformarnos
con una policía cuya eficiencia se ve mermada por el escrutinio público de esas
mismas personas bienintencionadas, pero mal enfocadas.
Pensar que la
culpa del caos que reina en nuestra sociedad es solo culpa de los delincuentes
es de una inocencia supina. Casi me atrevería a decir que los delincuentes no
son más que la punta del iceberg de las fuerzas que son agentes del caos en
nuestro país. A continuación haré una enumeración que no pretende ser taxativa,
sino que por el contrario, está abierta a las sugerencias que los lectores me
quieran hacer llegar.
Los abogados
Por supuesto
que no me estoy refiriendo aquí a todos los abogados. Los abogados con los que
trabajan mis compañías claramente no sobran y por eso es que son personas muy
bien pagadas, además de excelentes amigos y contertulios. Recuerdo siempre como
mi padre en su sabiduría me dijo que nunca hiciera nada malo sin consultar
primero a mis abogados. Sin estos buenos abogados, no podría uno hacer despidos
masivos de manera legal, ni constituir sociedades para no tener que pagar
molestos y desagradables impuestos que
finalmente irán a llenar los estómagos de la gente que sí sobra. De hecho aquí
no me estoy refiriendo siquiera a la mayoría de los abogados, sino a cierto
tipo especial de abogado que hace de su honorable profesión una forma de
defender a los débiles. Ya Charles Darwin nos enseñó claramente que los débiles
en la sociedad sobran. Bueno, en realidad no dijo eso, pero se desprende eso
claramente de lo que nunca dijo. En todo caso, no quiero que este breviario
sirva para hablar de un inglés descreído que aplicó teorías que debieran ser
sociales a la Biología.
Los abogados a
los que aquí me refiero pueden distinguirse porque se visten generalmente muy
mal y aparecen al lado de gente aún más mal vestida que ellos. Los hombres
suelen usar barbas, pelos largos y evitan la corbata todo lo que pueden, como
si la corbata fuera a matarlos si la usan mucho rato; por su parte las mujeres
todas creen ser algo así como la Frida Khalo y andan vestidas casi de indias o
de nanas ¡les falta el puro cintillo plateado! Esta gentecita suele hacer manifestaciones
de un gusto menos que discutible con carteles que dicen cosas tales como
“¿dónde están?” y que todavía intentan sembrar el mito de que en este país el
gobierno del General Pinochet mató personas, siendo que todos sabemos que esa
gente se arrancó a Suecia, Australia y Canadá. Algunos excesos que se
cometieron en el celo de la protección del orden y han sido explotados de
manera artera y malintencionada por la izquierda internacional. Estos abogados
también suelen defender los derechos de personas que en rigor no poseen los
derechos que dicen defender, como los así llamados deudores habitacionales, que
se metieron en préstamos antes de evaluar si podían pagarlos, queriendo hacer
recaer su responsabilidad en instituciones dignas como nuestros bancos.
Los “profesionales” de las humanidades
Pese a todos
los esfuerzos del General Pinochet por eliminar a estas personas – quiero decir
su rol en la sociedad, no eliminar efectivamente a personas, como la izquierda
internacional artera y malintencionada quiere hacernos creer que el gobierno
del General Pinochet hizo – estos así llamados “profesionales” todavía existen
y quieren hacernos creer que su rol en la sociedad es de alguna manera
relevante. Dado que existen diversos tipos de profesionales de las humanidades,
es bueno examinarlos según sus respectivas “áreas de conocimiento” como les
gusta llamarlas.
Historiadores
No quiero
cometer el error de Joaquín Lavín y decir que la Historia no es necesaria o que
deban eliminarse horas de Historia del programa de estudios de la enseñanza
escolar. Por el contrario, la Historia se encuentra en la base de la
construcción de una identidad nacional y es por ello un aporte fundamental al
orden social. Los niños deben saber quiénes fueron personas como don Cristóbal
Colón, don Pedro de Valdivia, el conquistador y civilizador de la Patria, don
Bernardo O’Higgins, el gran Diego Portales y en general todos los próceres y
héroes que dieron forma a este país. No es mi reclamo en contra del abnegado
profesor de Historia del liceo o de la escuelita de educación básica.
Mi reclamo es
en contra de esos historiadores que tratan a la Historia como si fuera una
ciencia y que quieren reescribirla, poniendo en duda con ello todos nuestros
valores patrios.
Así, por
ejemplo, resulta que algunos quieren calumniar la imagen de don Cristóbal Colón
diciendo que él no habría descubierto América, ya que América estaba poblada
por los indios o, como a ellos les gusta llamarlos, “los pueblos originarios”.
Estos historiadores han osado llamar a Colón ‘genocida’ porque un puñado de
indios que habitaba las Antillas dejó de existir. La culpa de su desaparición
no la tienen sino ellos mismos debido a que se enfrentaron a la Corona
Española, en vez de someterse como correspondía, además de su debilidad inmunológica
frente las enfermedades que portaba el hombre blanco. Estos así llamados
historiadores ahora quieren hacernos creer que esa gente tenía una cultura
valiosa, que hablaban una lengua, que tenían un sistema de creencias digno de
respeto y, para variar, tenían la palabra mágica: derechos.
Es hora de que
pongamos los puntos sobre las íes: ellos no tenían una lengua, sino que
hablaban un dialecto; no tenían un sistema de creencias, sino que creían
estupideces imposibles de ser comparadas con la racionalidad de la religión, en
la que Dios tiene un hijo con una virgen, que es él mismo, que se crucifica por
un pecado cometido por la primera pareja humana, que él sabía que esos dos iban
a cometer, pero que no evitó porque tenía un plan y que resucita tres días
después para perdonarnos a todos.
Ahora resulta
que don Pedro de Valdivia no era un gran conquistador ni evangelizador que se
carteaba con el rey, sino un opresor de esos llamados pueblos originarios que
habrían sido los dueños legítimos del territorio nacional ¿pero qué se habrán
imaginado?
No necesitamos
gente que venga a poner en duda la Historia Oficial, que si es oficial ha de
ser por algo ¿no?
Filósofos
Es cierto que
la Filosofía es la madre de las ciencias, pero una madre que ya debe saber que
ha llegado el momento de retirarse. Alguna vez, en los tiempos de los griegos,
la Filosofía fue un ejercicio necesario para preguntarnos quiénes éramos, de
dónde veníamos y adónde íbamos, pero ¿qué utilidad puede tener ahora la
filosofía? Yo también leí la Apología de Sócrates y los Diálogos de Platón
cuando estaba en los Padres Escoceses ¿pero es que tenemos que estar siempre
buscándole la quinta pata al gato, el cuesco a la breva, el sentido a la vida?
Sócrates partió de la ignorancia, pero ¿es que acaso nosotros no sabemos ya
muchas más cosas que Sócrates? Estamos en el mundo por voluntad de Dios, y al morir la gente decente volverá a estar
en presencia de Dios ¿queda algo más que pensar?
En nuestros
días la Filosofía podría parecer solo una actividad ociosa más y una manera de
perder el tiempo. Si ése fuera el caso, podría incluso ser tolerada como se
tolera en algunas universidades por la superstición que dice que si no imparten
Filosofía como carrera se transforman en meros politécnicos. Lamentablemente no
es así. Las preguntas filosóficas no respetan ninguna de nuestras instituciones
sociales, ni nuestro sistema económico, ni nuestra fe, por tanto, pensar debe
ser considerado una actividad subversiva, especialmente cuando la gente que
piensa no piensa como nosotros. Basta nombrar dos casos que revelan la
peligrosidad de esta disciplina o más bien de esta indisciplina: el
Subcomandante Marcos, cuyo verdadero nombre es Rafael Sebastián Guillén
Vicente, profesor de Filosofía de la UNAM, y Abimael Guzmán, el Líder de
Sendero Luminoso, quien también cuenta con una formación semejante. Cada uno de
estos pensadorcitos hizo creer a la gentecita que tenían que tener los mismos
derechos que la gente como nosotros y crearon movimientos que terminaron en
violencia, siendo que la única violencia debe ser la que ejercemos las personas
decentes a través de las fuerzas armadas y de orden. Por otra parte, no podemos
manejar un país si cualquier ciudadano piensa lo que se le ocurre y no acepta
la verdad de las versiones oficiales de nuestros gobiernos o nuestras
gerencias.
Sociólogos
Como mencioné
más arriba, es cierto que en uno de mis devaneos de juventud quise estudiar
Sociología. Esto se debió a que cierto profesor de Historia ideologizado nos
hizo creer que era necesario estudiar y entender la sociedad en que vivíamos.
Aquel profesor fue cesado en sus funciones porque esto es completamente falso.
No hay nada que estudiar ni nada que entender. Somos las élites chilenas las
llamadas a implementar nuestra visión de sociedad, que supongo que a estas
alturas ya va quedando completamente clara. Nunca he debido emplear a un
sociólogo en ninguna de mis empresas y la verdad es que solo sirven para crear
molestas organizaciones no gubernamentales o sociales y de esa manera enlodar
con sus funestas y antojadizas especulaciones el funcionamiento correcto del
Estado y del glorioso Emprendimiento Privado.
Periodistas
Los
periodistas son lejos los “profesionales” de las humanidades más peligrosos del
mundo. Esto es porque ellos son el nexo entre el mundillo de los así
autoproclamados “intelectuales” y el hombre común e incluso la mujer común. Los
periodistas son curiosos animales anfibios que pueden moverse entre las
seudoprofundidades de los intelectuales de izquierda y la simplicidad de la así
llamada clase trabajadora, contaminándola con ideas igualitarias, subversivas e
inútiles. Por suerte el hecho de que la propiedad de los medios de comunicación
esté en nuestras manos y el hecho de que el único canal de televisión estatal
funcione en la práctica como uno privado han reducido a estos
seudointelectuales a un rol mucho más constructivo e inofensivo que el rol de
informar al público.
Así, mientras
que los auténticos periodistas son claramente personas que están de más, los
noteros de los matinales o los reporteros de nuestros noticiarios han resultado
ser creaturas mucho más inofensivas y hasta constructivas que un verdadero
periodista serio. Es cierto que aún existe cierto canal del cable, algunos
periodicuchos y una que otra radioemisorita que dan problemas, pero, en
general, podemos decir que hemos neutralizado a la gran mayoría de los
periodistas haciéndolos cubrir notas simpáticas como perritos tiernos en los
matinales y a gente llorando por haber sido víctimas de la delincuencia o de
algún desafortunado accidente. Así, el resentimiento de las clases media y baja
se desvían de las élites tradicionales para dirigirse a miembros de sus mismas
clases que pasan a personificar todos los males del mundo; todo esto sin contar
con el constante bombardeo de información irrelevante de los programas de
farándula que han cumplido maravillosamente con nuestro objetivo de neutralizar
las pasiones revolucionarias de las clases media y obrera. En los así llamados
reality shows, hemos logrado hacer creer a las personas que aquello que no
pueden alcanzar con trabajo duro es fácilmente alcanzable mediante la
participación en estas verdaderas obras de arte de control social. En todos
estos realities le mostramos al proletariado que superar pruebas sin sentido
que requieren un gran despliegue de esfuerzo es el camino para alcanzar el
éxito. Es cierto que la gente perdió mucho alejándose de la verdadera fe que
los mantenía en un estado de deliciosa mansedumbre, pero, gracias a que somos
los propietarios de los medios de comunicación, hemos podido crear un sustituto
de aquella verdadera fe que acaso sea más efectivo, si no en la salvación de las
almas, al menos en el control de los diferentes actores sociales. Es cierto que
siempre nos gustaría que las personas volvieran a volcarse hacia Dios, pero no
se puede tener todo.
Todavía, sin
embargo, cada tanto aparecen voces de algunos periodistas de la vieja escuela
haciendo denuncias sobre casos de corrupción o sobre nuestras legítimas, pero
no siempre legales, formas de administrar nuestro país – cuando digo nuestro
país, me refiero a la clase que efectivamente es dueña del país y no la rotancia
o al mediopelaje que simplemente se ha tomado la atribución de habitarlo sin
presentarnos el obligado respeto. Con todo, la tolerancia de algunas voces
disidentes es necesaria para que la rotancia, y sobre todo los siúticos que han
pasado por alguna universidad estatal, crean que en este país existe algo así
como la libertad de expresión. De esta forma también podemos parecer un país
dijecito en los foros internacionales en los que se firman los acuerdos
comerciales que más tarde se transforman en la expansión de nuestros negocios y
la exportación de nuestros commodities. En todo caso ¿qué puede hacer un
periodicucho de izquierda en contra de la elegancia de El Mercurio o las niñas ligeras de ropa de La Cuarta? ¿Acaso la
suscripción a El Siglo, El Ciudadano o Cambio 21 distingue tanto al mediopelaje como ser miembro del club
de lectores de El Mercurio? ¿Puede
acaso la denuncia de algún comentarista de un oscuro canal de cable competir
con las tiernas notas de cualquier matinal, con el efectismo de nuestros noticiarios
o con la sensualidad de nuestros realities? ¿Puede la radio competir con la
televisión?
Con los
periodistas así controlados podemos permitir, e inclusive financiar que los
filósofos piensen sus idioteces en sus facultades de Filosofía, que los sociólogos
lleven a cabo los estudios que suelen llevar a cabo e incluso permitir que
abogados representen a ciertas personas supuestamente oprimidas en su lucha por
los derechos que nunca tuvieron. Con las comunicaciones en nuestras manos será
imposible que las ideas del aula o del cafetín maloliente de los pensadores
izquierdistas lleguen a formar efectivamente una masa crítica de influencia que
sea capaz de articular cambios realmente radicales en el orden establecido en
nuestro país.
El ejemplo de
los periodistas ilustra como para eliminar a la gente de sobra en este país no
siempre se requiere de golpes de Estado o de medidas violentas. Sin embargo aún
nos queda un tipo más de gente que sobra que constituirá un capítulo aparte.
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