7 Los Artistas
Este capítulo
es de alguna manera la continuación del capítulo anterior, ya que aquí seguimos
hablando de la gente que sobra en este país. La razón para dedicar a los
artistas un capítulo aparte es que aquí debemos hacer una serie de
distinciones.
Lo primero que
tenemos que hacer es afirmar que el arte es una condición necesaria para la
vida y en muchos casos una excelente inversión: nunca un Chagall o un Picasso
van a devaluarse. Asistir al Teatro Municipal del Las Condes nos evitó tener
que descender al Teatro Municipal de Santiago y ahora podemos disfrutar de los
mejores espectáculos doctos sin necesidad de mezclarnos con los rotos del
centro.
El arte es el
producto más elaborado de las sociedades desarrolladas, pero ¿es posible hacer
arte en Chile? No estoy hablando de las condiciones económicas para hacer arte
en este país, porque la plata está.
Estoy hablando de las condiciones espirituales e intelectuales para la
creación de obras de arte en una nación como ésta.
La “catita”,
mi hija número cuatro, estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad
Católica y sacó una mención en pintura. Cuando se graduó la mandé en un viaje
por el viejo continente para que se inspirara y después de ello se casó con mi
yerno y ha resultado ser una excelente madre de familia. Los cuadros que pinta
mi hija decoran los hogares y las gerencias de toda la gente que es alguien en
este país y ella se ha transformado en una artista reconocida. Pero claro, la
“catita” es hija de la “cuqui” y mía, o sea no es nada que se compare con el
mundillo de los así llamados “artistas” de este país. Ella es como si fuera
ciudadana de un país desarrollado.
La “catita”
tiene un estilo que es particularmente decorativo y muy codiciado por la gente
de bien de nuestro país. Sus colores y sus manchitas pueden combinar con
cualquier oficina, consulta médica u hogar de Chile. Claramente las niñas como
la “catita” no son la gente que sobra porque ella contribuye a la armonía de
nuestra sociedad con obras que combinan, se enmarcan y complementan las cosas
que ya están.
Pero ¿podemos
decir lo mismo de los artistas que no pertenecen a nuestra clase? Mientras la
“catita” se preocupa de embellecer los espacios en los que viven o trabajan las
personas, existen otros artistas cuyo “trabajo” quiere plantear una ruptura del
orden establecido y, por ende, es un trabajo subversivo.
Es del todo
incomprensible que sean precisamente ese tipo de artistas quienes mejor logren
el reconocimiento internacional y no aquellos que ensalzan el orden de nuestra
nación.
¿Cómo puede
ser que grupos como Quilapayún o Illapu sean más creíbles que un grupo de gente
tan elegante como los Quincheros? La única explicación que se me ocurre es que
afuera aún continúa la conspiración marxista internacional que terminó con el
gobierno del General Pinochet y que intentó transformarnos en una segunda Cuba.
Lo que acabo
de decir es particularmente notorio en el campo de la poesía ¿cómo puede ser
que una poeta como Gabriela Mistral todavía aparezca en los billetes de cinco
mil pesos? Estamos hablando de una mujer que vino a nacer en los quintos
infiernos de Chile, claramente no blanca y que, aparentemente, tuvo una
relación anormal con una gringa. Ella no le cantó a la inocencia de la
infancia, sino que en sus Piececitos de niño ella claramente protestaba en
contra de una clase a la que creía responsable de cubrirles los pies.
¿Cómo es
posible que aún continuemos glorificando a un poeta comunista, ateo, hijo de un
empleado de ferrocarriles y que no hizo más que escribir estupideces como su
Oda al caldillo de congrio en vez de alabar las virtudes de la patria? Algún
día voy a pagarle a un grupo de investigadores para que averigüe quién estuvo
detrás de los premios nobeles ganados por esta gentecita. Estoy seguro de que
encontrarán una conspiración marxista leninista. Pero si hay algo que realmente
me enferma, es que se siga glorificando a la ordinaria ésa de la Violeta Parra
que las tenía todas: rota, comunista, insolente y suicida.
Todavía me
pregunto quién estará financiando los murales que se ven en las poblaciones –
esos barrios feos que quedan más abajo del Apumanque. A la “catita” yo
personalmente le financié su carrera en la universidad ¿pero quién financia los
rayados de – siendo generosos – dudosa calidad? ¿Realmente pretenden que
creamos que estas “manifestaciones artísticas” surgen espontáneas de la mera
iniciativa del pueblo? Si la gente del pueblo realmente tuviera algún tipo de
iniciativa, serían todos empresarios y no andarían rayando las paredes de la
propiedad pública y privada.
Pese a que el
Estado de Chile aún financia algunos proyectos artísticos con un presupuesto
irrisorio que apenas cubre lo que gasta la “cuqui” en vestidos y joyas al año,
hemos retenido la mayor parte de los fondos que podrían ir a financiar el así
llamado “arte” de las clases populares. Un amigo norteamericano me hacía ver
que en Estados Unidos existen numerosas fundaciones privadas sin fines de lucro
que patrocinan a diversos artistas en las más diversas áreas, porque ellos
entienden que si bien el arte puede no generar ganancias en el corto plazo, es
fundamental para el desarrollo de una identidad nacional. Así, allá no se
espera que los artistas sean además expertos en gestión, y para ello existe
otro tipo de profesionales. Esto está bien para ellos porque son una sociedad
desarrollada, pero ¿en Chile? Financiar el arte significaría financiar a hordas
de resentidos que contagiarían su resentimiento a nuestros empleados, además
¿qué tipo de arte generarían? Pinturas tristes y raras que no sirven para
decorar ningún ambiente de habitación o trabajo, esculturas imposibles de
ubicar en ningún espacio público o privado, monstruosidades en contra del buen
gusto, canciones insultantes como las de ese niño González de Los Presidiarios
o algo así ¿ese grupo se formó en algún centro penitenciario?
Es por ello
que pese a mi patriotismo me veo obligado a reconocer una verdad fundamental:
el verdadero arte solo puede ser importado o producido por nuestras hijas en
nuestro barrio. Es por eso que la conclusión que de aquí se sigue es que el
arte es una cosa para ser creada en Europa y Estados Unidos y no en un país
lleno de resentidos. También puede crearse arte en sector oriente de la
capital, pero ¿en el resto de Chile? ¿en el así llamado Chile profundo? ¡Ni
cagando! Financiar la producción de arte en el territorio nacional sería
financiar una fuerza que, finalmente, no haría sino acabar con el orden
necesario en cualquier nación productiva. Por otro lado, las así llamadas obras
de arte producidas ahora último en el territorio nacional son de una calidad
menos que dudosa. Los así llamados pueblos originarios, por ejemplo, no están
en condiciones de producir algo así como arte; con suerte producen artesanía.
Si es
absolutamente necesario canalizar las “inquietudes” artísticas de la rotancia,
podemos permitir grupitos folclóricos que canten tonadas y bailen cueca en las
escuelas y las empresas. La música debe cumplir los estándares de la compuesta
por los Quincheros y Clarita Solovera, es decir aquélla que exalte el valor de
la vida al aire libre y la patria. Si la gente tiene inclinaciones plásticas
podemos permitir talleres de artesanía, tejido o pintura en género, como hacía
el desaparecido CEMA Chile, que llegó a transformar esas inquietudes incluso en
actividades productivas. Pero nada de permitir que la gente se exprese, analice
ni mucho menos piense, nada de poesía molesta o de novelas cuestionadoras del
orden moral, económico o social.
La patria
todavía no está madura para algo tan delicado como la obra de arte. El arte es
algo que se puede meter debajo de la piel de las personas y hacerles creer
cosas inverosímiles o imposibles, tales como que todos somos iguales, que el
amor puede ser libre o que el orden social es injusto. Pero queda una
esperanza. Así como a los periodistas se les neutralizó bajo la forma de
noteros o reporteros de noticias controladas, así también los así llamados
artistas pueden tener su lugar en un orden social recto. Ya que los artistas
han demostrado ser excelentes en la creación de necesidades tales como la mal
llamada libertad o igualdad, así también ellos pueden volcar sus innegables
habilidades en cuestiones mucho más productivas.
Debido a que
los artistas que no pertenecen a nuestras familias han debido buscarse el
sustento, el sacrosanto mercado les ha hecho evolucionar en creativos de
publicidad, quienes se han transformado en una invaluable ayuda en la
generación de un descontento controlado que se calma con la compra de bienes de
consumo que la gente en realidad no necesita. Es debido a este tipo de
pulsiones que se mueve no solo la economía nacional sino también la mundial.
Mientras tipos como Baudelaire, Gauguin o Van Gogh recorrieron el camino de la
autodestrucción producto de una ansiedad sin objeto, los modernos artistas
canalizan ese deseo indeterminado hacia cuestiones como un perfume, un
automóvil o incluso el más pedestre detergente, que ahora viene en un envase
seductor que hace que la dueña de casa sienta satisfacción con el solo hecho de
comprarlo. La publicidad del perfume J’adore de Dior puede competir con las más
elaboradas obras del renacimiento, la propaganda de Sapolio exalta el rol
tradicional de la mujer y los comerciales de automóviles resaltan los valores
familiares.
La publicidad
y el entretenimiento permiten que todas estas personas, originalmente desviadas
y sobrantes, se integren en una sociedad productiva. Si nosotros hubiéramos
intentado idear un orden semejante no hubiéramos podido. Es cierto que hubo
algunos genios como Joseph Goebbels o
Aristóteles (Onassis, por supuesto), pero esta conversión del artista en
publicista o en generador de contenido para los medios no ha sido obra de nadie
en particular, sino del mercado. En sus humildes orígenes, pintores impresionistas
o del movimiento Art Nouveau pintaron letras en un escaparate, luego afiches
para revistas, luego propaganda para cigarrillos. Hoy en día, todo ese genio
otrora dudoso está al servicio del aparato productivo, del sistema capitalista,
de las economías bullentes.