El "Breviario de la Derecha" es un ensayo humorístico publicado en una edición pequeña en 2013 de forma independiente. Es una especie de "Manifiesto Comunista", pero presenta una distopía neoliberal y conservadora descrita por su autor ficticio Evaristo Erreconerrechea Conmuchaserres. Nunca pensé que el texto tuviera un valor tan profético como el que tuvo, a raíz de los últimos acontecimientos, ni que su contenido fuera extensible a muchos otros sectores políticos.
En este blog, será publicado por entregas semanalmente los días domingos. Quien quiera adquirirlo impreso puede hacerlo aquí. O comunicarse con el autor por Facebook

domingo, 10 de abril de 2016

3 Los Hijos

"No simpatizan con el chileno los pueblos latinos porque no somos de la misma naturaleza y, por lo tanto, no nos comprendemos."
 Nicolás Palacios, en la foto junto a su padre. Autor del libro "Raza Chilena" (1904) según el cual somos alemanes y, a diferencia de este Breviario, no es ningún chiste.



Los hijos lo son todo, absolutamente todo: sin hijos nuestras empresas familiares deberán convertirse en verdaderas sociedades anónimas y podrían llegar a ser poseídas por verdaderos accionistas anónimos con quizá qué intenciones. Los hijos aseguran la continuidad del orden moral y social. Por supuesto que me refiero aquí a nuestros hijos y no a los hijos de la nana, del suplementero, del abogado o del médico. Los intelectuales de izquierda suelen ser homosexuales y por tanto rara vez tienen hijos y cuando los tienen, llegan a tener cuando mucho uno o dos, como los chinos. Me imagino que eso tiene que ver con la influencia maoísta, pero a decir a verdad no lo sé porque para saberlo hubiera tenido que acercarme a personajes como ellos y efectivamente hablarles; me dio un asco atroz. No puedo acercarme a hombres peludos o a mujeres con melenas largas que dicen que hombres y mujeres somos iguales ¡horrible! Claramente falta en mí la vocación evangelizadora de un San José María Escrivá de Balaguer, pero yo no soy más que un pobre hijo de vecino de Las Condes, o sea humilde, pobre en sentido figurado. Mis finanzas están muy bien, gracias.
Es un mandamiento de la iglesia y una necesidad social que la gente decente tenga todos los hijos que le mande Dios. Los comunistas ateos no siguen este mandamiento y por eso son minoría; de nuevo gracias a Dios.
En todo caso, abrir las piernas para recibir al marido y parir a los hijos con dolor es la parte fácil del proceso. Prueba de ello es que hasta las nanas pueden hacerlo. Lo difícil viene con la crianza y sobre todo con la educación de los niños.
Los detalles comienzan ya en el momento del parto. No se le vaya a ocurrir tener un hijo en un hospital público o en el Hospital del Trabajador porque eso es para gente de otra clase ¿me entiende? Si usted es decente y tiene un porcentaje alto de sangre europea, vaya a una clínica privada. Nosotros con la “cuqui” hemos tenido a todos los niños en la Alemana, la única queja es que el menú es un poco desabrido. Esta clínica, sin embargo, es un excelente lugar para que la madre reciba visitas: las habitaciones son amplias, están sobriamente decoradas, y el edificio está medianamente cerca de donde habitan la parentela y las amistades.
Antes de que el niño sea presentado en sociedad, debe revisarse su popín para ver si tiene una mancha morada. Esta mancha se conoce como mancha mongola y es propia de las etnias orientales y de los “pueblos originarios” de Chile – con “pueblos originarios” me refiero a los indios. Se usa decirles así ahora por modas izquierdistas. Si la mancha se presenta, lo primero que debemos hacer es descartar mediante el test de ADN el hecho de que nos hayan cambiado a la guagua en la clínica. Si lamentablemente este no es el caso, el infante debe ser presentado con  ropa que cubra tal testimonio de mestizaje. A veces minúsculas trazas de sangre indígena se mezclan con las mejores familias en un proceso misterioso e indilucidable.
Luego debe usted elegir el nombre. Me refiero al nombre de los hijos que no sean el primogénito varón que invariablemente llevará el nombre del padre o del abuelo. Yo soy Evaristo Erreconerrechea IV a mucha honra y abolengo. Para el resto de los hijos no debemos ser demasiado creativos ya que la creatividad debe ahorrarse para crear nuevos negocios y no para innovar en el lenguaje como si uno fuera un poeta comunista.
Son nombres aceptables para varón: Agustín, Arturo, Augusto, Pedro Pablo, Patricio (mi cuarto hijo se llama así), Fernando y otros similares. El nombre debe pensarse para estar en perfecta resonancia con el apellido y recuerde que usted están nombrando a un adulto que va a ser siempre el presidente de una junta de accionistas, por ende, el nombre debe estar en correcta consonancia con la partícula “don”. “Don Joaquín” o “don Rodolfo” suenan excelentes. ‘Ramón’ dejó de usarse producto del divertido, pero proletario personaje de un programa de televisión. Si es uno de los nombres dinásticos de su familia, piense en relegarlo a segundo nombre: “don Juan Ramón”, por ejemplo suena muy bien. Absténgase de nombres en lengua extranjera, aún si estos nombres se encuentran en su árbol familiar. Sí el abuelo se llama por ejemplo, Kenneth White y usted es Kenneth White II está muy bien, pero su hijo será chileno y deberá destacarse dentro de la sociedad chilena. Un nombre extranjero no acompañado del correspondiente acento puede tenerse por excesiva presunción y por ende suena a fraude. Si a esto le agregamos a que debido al mestizaje nunca se sabe en dónde puede brotar una fisonomía morena y de baja estatura, su hijo puede parecer adoptado. ‘White’, por otro lado es un excelente apellido. Use para tales apellidos algún nombre español como Agustín (el caso de don Agustín Edwards es un excelente ejemplo de buen gusto).
Para nombres de mujeres la cosa no es más simple: si bien una dama decente no tendría por qué ponerse a trabajar porque para eso tiene marido, sí es muy probable que nuestras hijas encabecen iniciativas caritativas en alguna parroquia de Las Condes o Lo Barnechea o que incluso desciendan a la barriadas pobres en sus piadosos afanes. Aun si esto no ocurre, ser la esposa de un hombre importante reviste obligaciones importantes tales como la preparación de banquetes para agasajar a los colegas/clientes/amigos del marido. No podemos esperar que una mujer haga todo esto sola. Para ello contratamos personal especializado permanente y temporal y este personal debe ponerse a disposición de una mujer que inspire respeto. Esto parte por el nombre.
En la década de los setenta, nombres modernos tales como Claudia, Carolina y Macarena irrumpieron en el imaginario de los nombres de la fronda aristocrática chilena. Dado que estos nombres también fueron adoptados por las clases media y baja chilenas, debimos retornar a los nombres dinásticos. Es por ello que nombres tales como Matilde, Mercedes, Leonor, Josefa, Josefina o nombres bíblicos como Marta, Judit y Sara volvieron en gloria y majestad (evite usar Rebeca porque es demasiado judío). Los padres, en especial los padres cuarentones que van por su quinto hijo y tienen a su primera niña (me refiero a los hombres), suelen a veces cometer tonterías tales como llamar “Martita” en vez de ‘Marta’ a sus hijas o incluso llegan a usar nombres tales como ‘Bella’ o ‘Linda’.
Los diminutivos están bien para ser usados en confianza, de hecho tengo amigas de años cuyos nombres de pila he olvidado ya que jamás los usamos entre nosotros, sin embargo, una dama debe tener un nombre que ejerza autoridad cuando se requiera. Piense que ella se entenderá en casa con jardineros, mozos de cuadra, nanas de los niños, camareras, maquilladoras y peinadoras que deben tratarla con respeto.
Con nombres como ‘Bella’ o ‘Linda’ se corre el riesgo de que las niñas no sean ni bellas ni lindas aún con la ayuda de los mejores cirujanos plásticos. Además, a toda mujer le llega una edad en la que la belleza decae para transformarse en el porte regio de una señora. Normalmente esto debe ocurrir alrededor de los treinta años porque a nadie le gusta una vieja alolada.
Una vez elegido el nombre viene la segunda preocupación más importante de la bienvenida al mundo: el bautismo o bautizo como lo llaman los rotos. El bautismo es el sacramento mediante el cual los niños reciben el Espíritu Santo y evitan irse al limbo con los paganos en caso de muerte, como bien enseñaba la Iglesia preconciliar. Es importante la capilla. Puede elegirse de entre las magníficas construcciones del centro para este efecto; además así meditaremos en como el centro era de Nosotros antes de que construyeran el metro y se llenara de rotos y podremos inspirarnos para tomar medidas para que eso no vuelva a pasar con nuestro sector oriente de la capital. El sacerdote debe ser uno taquillero, como dice el lolerío, ojalá uno que tenga que ver con alguna pastoral juvenil, pero no con el Hogar de Cristo, que pese a su maravilloso trabajo con los rotos, bordea el  comunismo. Lo ideal es que este sacerdote taquillero oficie en conjunto con el sacerdote de nuestra parroquia, si es que no son el mismo cura. La fiesta debe ser una simple recepción en la casa con la familia y los amigos más cercanos. Hacer grandes fiestas con ocasión del sacramento del bautismo es una rotería. Para el bautismo la casa familiar debe ser suficiente porque es una fiesta íntima y porque cualquier casa de familia decente recibe cómodamente a cien personas en el living o en el jardín si es que es en verano. Lo anterior, sin embargo, son solo detalles. La verdadera cuestión importante del bautismo es la elección de los padrinos. Los padrinos deben ser personas de moral intachable, prestigio social y economía confiable. El padrino de nuestro hijo será el futuro socio en nuestras inversiones, el futuro jefe de nuestro vástago si es hombre, su futuro suegro si las cosas salen bien y el garante de la estabilidad de nuestra familia. El bautismo de nuestros niños creará el sagrado vínculo del compadrazgo, que será la clave para saltarnos odiosos procedimientos regulares e innecesarias esperas por información bursátil. Este vínculo es también una razón más para tener todos los hijos que nos mande Dios y a su vez para apadrinar a cuantos niños de familia de bien lo requieran.
La elección de la nana debiera ser simple: la nana que nos cuidó a nosotros o bien su hija. Lamentablemente, con esto del ascenso social, las familias de sirvientes han medrado a la clase media y hay que confiarse a rotos desconocidos. Gracias al Espíritu Santo, la tecnología permite poner cámaras en la casa para evitar abusos por parte de las candogas[1] que uno está obligado a meter en su casa. Con todo, la buena voluntad no es suficiente. Un fenómeno reciente es la inmigración peruana que algunas personas ven con malos ojos, pero que en rigor es buena. La política económica implementada por el régimen autoritario hizo que disminuyeran los rotos y se transformaran en mediopelaje, pero los rotos eran necesarios. Importar rotos de otro país se hizo urgente. Ellos ahora realizan trabajos que los chilenos de clase media (¡qué eufemismo más lindo para referirse a los siúticos!) no quieren hacer porque se subieron por el chorro. Los rotos peruanos además hablan un excelente castellano, cosa que no podemos decir de nuestros rotos criollos. Una nana peruana parece ser una excelente elección, sin embargo hay ciertas cosas a considerar tales como si queremos que nuestros hijos tengan acento peruano en vez de nuestra melodiosa papa en la boca, como la llama el mediopelaje. He observado a numerosos niños de bien hablar con ese acento y aún no logro decidir si eso sea bueno o no. Si bien el acento es agradable, no queremos que nuestros hijos hablen como personas de un país de personas inferiores (sin ánimo de ofender) ni que lleguen a ser confundidos con ciudadanos de ese país. Ahora bien, si toda nuestra clase llegara a hablar de esa forma y el acento peruano se transformara en una marca de status estaría bien, pero no podemos asegurar que ello ocurra. Una solución que hemos tomado en la casa con la “cuqui” ha sido traernos a una nana española. De esa forma nuestros hijos tendrán el acento de la madre patria. El problema que se ocasionó fue que a una mujer europea no puede uno tratarla como se trata a una india o a una mestiza, por lo que tuvimos que contratar de todas maneras a una nana peruana para que atienda a la nana española. Estos problemas no tendrían solución de no ser porque la “cuqui”, mi cónyuge, se preocupa de pasar tiempo de calidad con nuestros siete hijos para inculcarles nuestros valores. Porque los valores los entrega la mamá en un hogar bien constituido. El padre trabaja y provee porque así lo ha mandado Dios. Es por la pérdida de esta estructura básica que hay tanto drogadicto y gente enferma de homosexualidad como antes no se veía. Antes de que me acusen de homofóbico, quiero decir que no tengo nada en contra de esa pobre gente enferma y que mi empresa ha hecho generosos donativos a una institución que entrega terapias reparadoras para ese terrible flagelo de la salud pública.
La elección del colegio es sencilla: irán al mismo colegio al que fue uno o la mamá si es que es niñita. Si bien la formación valórica se da primordialmente en la casa, un colegio católico resulta de una innegable ayuda ya que allí los niños podrán socializar con pares que profesen los mismos valores familiares que nosotros. Además, pese a todas las calumnias de los comunistas ateos en contra de los religiosos, los sacerdotes continúan siendo excelentes educadores. Todo lo que sé de sexualidad y que mencioné más arriba lo aprendí del padre Raúl de mi colegio de los Padres Escoceses. El padre Raúl hacía retiros exclusivos para varones. Allí disfrutamos de la alegre camaradería masculina bajo la amorosa mirada y las caricias del padrecito. Gracias a Dios que falleció antes de toda esta ola de falsas acusaciones porque nadie hubiera entendido su fervorosa dedicación ni su iluminada comprensión. El sacerdote murió bastante joven a fines de la década de los ochenta aquejado de una extraña enfermedad que debilitaba su sistema inmune. Nadie nunca supo decirnos de qué enfermedad se trataba.
Durante el colegio ellos vivirán la mejor etapa de sus vidas, pero también la más peligrosa porque la adolescencia suele extraviarlos. Es por ello que debemos crear un ambiente seguro en el que los niños no vean obreros ni nanas caminando por nuestras calles (por eso contratamos aquel servicio de transporte) ni se enteren demasiado pronto de que hay pobreza para que no se vuelvan izquierdistas y puedan más tarde canalizar su compasión a través de las instituciones católicas adecuadas.
Para los varones es ideal que practiquen deportes fuertes como el rugby. Las artes marciales están fuera de discusión por cumas. En el rugby los niños aprenderán a actuar con dureza y es una buena metáfora de la política y la economía nacionales. Eso los preparará también para ejercer de manera poderosa el bullying entre sus compañeros y entender que la violencia es solo una forma más de resolución de conflictos. Queremos un mundo desigual, pero no diverso. Los niños afeminados, demasiado mateos o llorones deben aprender a ubicarse y para ello no hay nada mejor que bullying. En esta era de perdición se ha perdido la noción de que la violencia entre pares es una fuerza poderosa de homogenización social: de esa forma los niños aprenden temprano las consecuencias de no opinar como la mayoría, ser diferentes o venir con ideas nuevas. Las cosas estaban mejor antes que ahora y es por eso que progreso significa volver atrás. El bullying es una poderosa manera de producir gente convencional y la gente convencional es la mejor gente. Reírse de la gente gorda, por ejemplo, es la mejor manera de evitar la obesidad. Si se los golpea es mejor. En este sentido las niñas muestran un refinamiento mayor que el de los niños. Mientras los segundos terminan sus querellas con la fuerza de sus puños, las primeras son capaces de acomplejar a una compañera hasta el punto de causarle anorexia. Las niñas son expertas en manipulación, maledicencia, en inventar rumores acerca de la vida sexual de las compañeras y en intrigas varias. Todas estas son habilidades que les servirán para transitar en el complejo mundo de los adultos.
En el caso de los niños varones, es conveniente inculcar a eso de los quince años un sano terror a la pobreza – una mentirilla blanca, por cierto, les dejaremos una cuantiosa herencia de todas maneras. Mi padre, por ejemplo, comenzó a darme cuantiosas sumas de dinero a esa edad. Antes de ello yo vivía tan austeramente como el resto de los niños de mi edad, con una mesada equivalente al sueldo de un profesor de universidad pública. Coincidió su cambio con el momento en que yo le dije que tenía ganas de estudiar Sociología. Recuerdo que en aquellos días podía salir e invitar a todos mis compañeros a los lugares más caros de la ciudad y que carreteaba, como decíamos entonces, viernes y sábado sin límites, violando incluso los principios de austeridad y castidad cristiana– demás está decir que todos estos pecados veniales los confesé en su oportunidad al padre Raúl. Los domingos, cuando me levantaba a eso de medio día y agotado, mi padre simplemente decía:  “Puedo darte esa vidita bohemia que te gusta porque soy dueño de mi empresa. Si no, tendríamos que vivir con el sueldito de un profesorcillo cualquiera.”
Por esas palabras fue que dejé mis sueños locos de ser sociólogo y me volví ingeniero civil industrial con mención en administración de empresas. No puedo estar más agradecido de mi padre. Es cierto que a veces siento algo así como una angustia, pero nada que una buena conversación con el padre Luis Eugenio, una dosis de Ravotril® y una buena botella de whisky no alivie.
En el caso de las niñas las cosas son diferentes. La educación de una mujer tiene por objeto transformarla en una conversadora con encanto, en una madre que pueda ayudar a sus hijos con las tareas y en general una mujer medianamente culta, aunque no una intelectual, porque a nadie le gusta una mujer sabihonda que sepa más que su marido. Por ello las niñas podrán estudiar la carrera que se les antoje, con la excepción de teatro, que claramente es carrera para otra clase de gente. Carreras como Enfermería les vienen muy bien y son excelentes para que las niñas encuentren maridos. Medicina en cambio puede espantar a futuros prospectos, a no ser en especialidades como Pediatría. Es cierto que los tradicionales vestidos blancos de las enfermeras han sido cambiados por esos amorfos pijamas de hospital, pero la enfermera continúa teniendo su encanto. Parvularia es otra excelente elección para las niñas, así como las Pedagogías en general. Las educadoras de párvulos continúan usando esos uniformes verdes que les dan un encantador aspecto maternal, en todo caso, cualquier Pedagogía estará bien porque es una extensión de su rol como madres. La carrera no es bien remunerada, pero claramente el trabajo de las niñas no es más que una espera por el matrimonio y en casos ideales no tienen siquiera que trabajar. Hay que evitar eso sí la carrera de Filosofía, porque en ella las niñas pueden tener contacto con ideas de izquierda y filosofías que se acercan más a la locura que a la razón. Si bien la carrera no es importante, sí lo es la elección del plantel educacional. Hasta hace veinte años, hubiera recomendado a ojos cerrados la Pontificia Universidad Católica, sin embargo, con los años esa universidad se ha ido volviendo igualitaria, diversa y casi se parece a la odiosa Universidad de Chile ¡llena de rotos y siúticos! Gracias a la Providencia que existen ahora excelentes universidades privadas que son como la extensión del colegio: allí los apoderados podemos hablar con decanos y rectores, inquirir acerca de la conducta de nuestras hijas y en general mantener un férreo control académico y moral.
Esto último es muy importante en el caso de las niñas por las razones que mis preclaros lectores adivinaron: la fertilidad. Es cierto que nuestras hijas no tienen deseos sexuales porque son todas mujeres decentes, pero el ingenio del macho de la especie, aguzado por las ansias propias del género masculino, es capaz de convencer incluso a las niñas de bien de que no tiene nada de malo la fornicación y puede hacerlas caer en el pecado. A diferencia del caso de los hombres, en las mujeres ese pecado da fruto. Por la experiencia ajena de gente de bien a la que no puedo referirme públicamente por razones de amistad y solidaridad de clase, sé que aún en las mejores familias estos accidentes pueden ocurrir. No es culpa de los padres, sino de esta depravada sociedad cuasi marxista en que vivimos. No podemos recomendarle a nuestras hijas el uso de anticonceptivos ni de preservativos porque somos personas católicas de bien y porque ese tipo de cosas son una invitación a la fornicación y al pecado, como bien enseñó el papa Paulo VI y lo confirmó Benedicto XVI. Los preservativos están bien para África en donde los van a usar solo manadas de gente de color no civilizada e inculta, pero nosotros tenemos la obligación de ser mejores que eso y para ello nuestras niñas deben guardar la castidad debida.
Pese a todas estas precauciones, es posible que nuestras muchachas caigan bajo el ingenio de los seductores y nos encontremos ante la desagradable sorpresa del embarazo. Los cursos de acción en este caso son claros y dependen del padre del fruto del pecado. Si es un miembro de nuestra clase, no habrá problema alguno: seguro como un caballero se aproximará a nosotros y nos pedirá perdón al mismo tiempo que la mano de nuestra mancillada hija, quien lavará sus faltas por medio de un matrimonio católico. Los únicos inconvenientes aquí serán la velocidad de la planificación de la boda e intentar hacer creer que un niño de cuatro kilos y medio es sietemesino. Habrá ciertas habladurías, pero todo se olvidará rápidamente. Después de todo así se han hecho las cosas siempre.
Los problemas se presentan con padres de otras clases sociales. Si el padre de la criatura es un mediopelo talentoso, de esos que tienen historias de superación como un Piñera, un Frei Montalva o un Golborne, no todo está perdido. La incorporación de sangre foránea puede fortalecer la genética de la familia. Muchos años de matrimonios dentro del mismo círculo social termina por hacer que todos seamos primos y eso no es bueno para la sangre porque se debilita. Estos personajes además estarán encantados con emparentarse con nosotros y de esa forma satisfacer su arribismo desenfrenado. La situación es bastante menos que perfecta, existe la cuasi certeza de incorporar sangre indígena a nuestra blanca sangre godo-vasco-germánica, pero al mismo tiempo estos personajes suelen traer con ellos también sangre más fresca que la nuestra de Europa. Lo ideal en estos casos es que el mediopelo sea blanco, pero claro, estando en presencia de un accidente no podemos controlarlo todo. En todo caso, en una generación o menos este tipo de transgresiones se olvidan y no le importan a nadie. Eso sí, es importante que todo se haga en una boda católica: no queremos en  nuestras familias judíos celebrando yomkipur o como se llame, masones descreídos, ni mucho menos árabes que recen parando el culo. Si es necesario, podemos incluso llegar a cambiar el nombre de nuestros futuros yernos.
Si es un tipo derechamente roto, a ése lo metemos preso por violación y si eso no es posible lo matamos con nuestras propias manos y lo hacemos desaparecer… perdón, me dejé llevar por las tradiciones. Ahora que hay democracia no podemos hacer eso. Pero en este caso llevamos a la niña a Europa y la hacemos abortar en algún país nórdico decadente en los que a nadie le importa nada. Después de ello, nunca más hablamos del tema y mediante el olvido desaparecerá de nuestro pasado.

Si hemos seguido las reglas anteriormente detalladas, nuestras hijas estarán casadas con buenos partidos y nuestros hijos estarán trabajando en nuestras empresas o en las empresas de los tíos. De esta forma, los sólidos vínculos de nuestro grupo social habrán pasado fortalecidos a una nueva generación y será cada vez más difícil para los siúticos colarse en nuestros círculos de pureza, tradición y perfección. Así habremos cumplido con nuestra misión de heredar a las generaciones futuras una sociedad exactamente igual a aquel modelo de orden y patria que era el mundo de nuestros abuelos.




[1] La palabra ‘candoga’ tiene una doble raíz latina e inglesa; del latín ‘canis’ procede su raíz que significa perro o perra y su desinencia ‘doga’ proviene del inglés ‘dog’ que tiene el mismo significado. Creemos que el lector es lo suficientemente ubicado para entender lo que se sigue de aquí

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